VÁZQUEZ ALONSO, VÍCTOR J.
El artista, al menos desde el Romanticismo, se ha erigido en el profanador natural del tabú. De forma explícita y deseada, o bien a su pesar, su conflicto con la moralidad social ha sido también un conflicto con los límites jurídicos. Frente a estos límites, derivados principalmente de la idea de lo sacrílego o lo obsceno, el artista ha ido conquistando su libertad de crear, su derecho a la irreverencia, dentro de un mundo que por ser de ficción o de figuración no puede causar daño. El arte, sin embargo, juega a superar ese pacto de ficción con el público, pisando así de nuevo los límites de lo ilícito. La irreverencia del artista, en las democracias liberales de hoy, apenas mantiene su vieja épica en la lucha contra la burocracia estatal, sino que es el enfrentamiento contra las diversas manifestaciones de la llamada cultura de la cancelación lo que cifra en muchos casos la lealtad del artista a su propia libertad creadora. Así, cuando los Estados habían asumido la transgresión como parte de la libertad artística y parecía morir una determinada forma de entender y legitimar la esfera propia del arte, la cultura de la cancelación, silenciando o condenando a algunos autores al ostracismo, ha revitalizado el potencial de reflexión irreverente de las obras. En otras palabras, ha situado de nuevo la libertad del artista en el centro del debate social, lo cual nos obliga, como se hace en este libro, a discurrir críticamente sobre autobiografías indiscretas, corridas de toros, raperos desalmados, películas que hacen uso de la pornografía o de crímenes reales, grafiteros vandálicos y aquellos vanguardistas que sin proponérselo sentaron las bases de cómo el arte puede ser subversivo.