BÉCQUER, GUSTAVO ADOLFO
Para Azorín, ´las «Cartas desde mi celda» pudieran marcar una época en la literatura castellana´. Azorín pensaba sobre todo en el paisaje: ´¿Habrá nada más limpio y más preciso que esos paisajes de Bécquer?´. Pero, más allá del paisaje, Bécquer sí marcó una época. (*CR*)La literatura de Bécquer está tejida con ese ´hilo invisible de las misteriosas relaciones de las cosas´ que adivinaba en la «Historia de una mariposa y de una araña». Sin haberse conocido, acaso ni leído, Peter Schlemihl había vendido su sombra, mientras el Manrique de «El rayo de luna» ´hubiera deseado no tenerla, porque su sombra no le siguiese a todas partes´. ´La burda saya que visten y el bocado de pan que comen´ las mozas de Añón vislumbradas en las «Cartas desde mi celda» parecen tener un eco imposible en ´el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago´, de Machado. Cabe preguntarse si quizá el caballero inexistente de Calvino habrá sido ajeno a esa armadura vacía que con horror descubre un guarda en «La cruz del diablo». También al lector, como al autor, empieza a faltarle ´la extraña lógica del absurdo´.(*CR*)Leer a Bécquer íntegro produce un saludable efecto: el de descubrir las otras fases de la luna. Por ejemplo, su sentido del humor o su devoción por el periodismo. Cuando don Restituto, en «Un tesoro», advierte que ´si buenos descubrimientos hacemos, buenas fatigas nos cuestan´, nos parece estar oyendo al Sancho de ´si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta´, un Sancho que se prolonga en el lamento del mesonero, tan cervantino en su humor. El periódico lo recibía ´como una carta en cuyo sobre hemos visto una letra querida´. (*CR*)Entre los ´dioses penates de su especial literatura´ se hallaban ´Rioja, en sus silvas a las flores; Herrera, en sus tiernas elegías´; nunca olvidó a Dante y a Virgilio; admiró la belleza clásica de las odas de Horacio y el romanticismo fantástico de Zorrilla.